Dsiculpar las incoherencias

No es nada extraordinario, ni docto, ni elaborado. Solo soy yo expresando mis ideas desde el planteamiento socrático de encontrar la plena conciencia de la ignorancia, para poder buscar la sabiduría. Por eso, me considero analfabeta; admito mi ineptitud en el campo de la prosa para poder entablar la búsqueda de mi erudición.

domingo, 21 de octubre de 2012

Mi amigo el negro

Era todo un caballero, simpático, reservado, alegre, buen hombre; pero era negro. Trabajaba como ninguno, merecía premios y altos laureles; pero era negro. Siempre venía bien vestido, con agallas bien puestas, se estiraba y comenzaba a laborar; solo le importaba hacer bien su trabajo; pero era negro. El jefe veía su esfuerzo, sabía que merecía grandes cosas, sabía que siempre contaría con él, sabía que no debía estar donde estaba; pero sabía que era negro. Todos sabían que no era nada perjudicial tenerlo a su costado, ni compartir diálogos amables con él, su cabello blanco ondulado y su mirada de buen criador, transmitían ternura; pero bueno, era negro.

Se sentó en esa esquina, la esquina que frecuentaba cuando terminaba de barrer el local; procedí a comprar dos botellas de agua en la tienda de la esquina. Lo busqué, lo saludé y me senté a su izquierda. Le di una botella y comenzó el compartir:

 - Son varios años los que llevo acá - decía con respiración lenta - Siempre los mismos clientes, el mismo jefe; me encanta las nuevas caras como tú.
 - No creí que trabajar en ese restaurante sería tan molesto. El jefe es un desgraciado y corrupto.
 - ¿Corrupto? - lo digo con una sonrisa amplia y cálida - Yo lo conocí cuando él era solo un estudiante universitario.
 - ¿En serio?
 - Era un gran deportista, un gran alumno, siempre llegaba con las más altas calificaciones. Pero un día eso se acabó.
 - ¿Qué pasó?
 - Drogas; le encanta la cocaína. Su habitación estaba llena de bolsas blancas, y el olor se hacía sentir. Un día entré a su cuarto, y lo encontré inhalando esa porquería; me miró angustiado y avergonzado. Yo solo lo tomé de la espalda, le quité el polvo y le dije que se lave; nadie se enteraría.
 - ¿Usted es su pariente?
 - No - volvió a dibujar su sonrisa - Yo solo era un pobre diablo que su padre se compadeció y puso a trabajar en su casa. Era muy bonita; tenía piscina, jardín, sus dos hijos eran estudiantes. Grandes muchachos.
 - ¿Tiene un hermano?
 - Sí, un gran ingeniero; tiene una gran empresa y vive en una gran mansión. - Tomó un sorbo del refresco - Su esposa es bellísima y sus hijos, las criaturas más angelicales del mundo; gracias a Dios no salieron al padre.
 - ¿ A su hermano?
 - Sí, lo quería como un hijo, pero siempre me trataba mal, me discriminaba y repudiaba todo lo que hacía. No le gustaba mi comida, siempre exigía comida fina y echa por un experto; yo no lo era.

El tiempo pasaba, el restaurante quedó vacío, como era de costumbre a las tres de la mañana, teníamos que quedarnos para acomodar las cosas, pero la historia de este señor era muy entretenida, merecía ser escuchada.

 - El jefe tenía su chica, era una mujer totalmente bella, era servicial y cariñosa. Ella me trataba muy bien, ya a sus padres también.
 - ¿Dónde está ella?
 - Se fue, nunca regresó, si a mí me hubieron engañado como a ella también me hubiera ido.
 - ¿Engañar? - Tomé un sorbo.
 - Sí, yo llegué de la lavandería. Ella estaba ahí sentada, supuesta mente era su mejor amiga de la universidad. Yo los dejé. Pero ella subió a su cuarto, ya te imaginarás lo que sucedió.
 - ¿Imaginar al jefe en la cama? Paso. - Se rió a carcajadas.
 - De que no es una bonita imagen, no lo es. Pero, por supuesto, yo no lo sabía, su chica llegó a la casa a visitarlo. Vino con el vestido más hermoso que había visto. Solo pude compararlo con el vestido que usó mi esposa en nuestro matrimonio. Ella entró corriendo, me saludó, y siguió corriendo; después solo escuchó un grito. Nunca más volví a ver a esa chica.
 - Debió ser duro. Pero no puedo juzgarlo, somos débiles con el sexo.
 -  Pero ese es el problema muchacho, cuando tienes a la mujer más hermosa en tus manos, el sexo no te debe separar de ella, porque te arrepientes. La mujer es tu alegría, y si ya la conseguirte, tu misión es hacerla feliz hasta que se canse de reír.
 - Ojalá hubiera sabido antes, mi flaca era hermosa, dulce; era la mejor.
 - Pero... - Me dio permiso de continuar.
 - Encontré una carta de un chico para ella, donde le decía lo mucho que la quería, le pedí explicaciones y ella me dijo que no le hacía caso y solo me amaba a mí. No le creí, y me fui molesto de su cuarto. Salí y me encontré una amiga, ella era una chica que frecuentaba pero nunca pasó nada. Me contó que se casó, pero le fue mal y se divorció. Era muy joven, se casó por loca. La invité a mi casa a conversar, le conté lo de la carta, y ella me abrazó y sacó un sobre de su cartera. Era, por supuesto, droga.
 - Era evidente - Rio.
 - Comenzamos a fumar, mi casa olía a ese polvo enfermizo. Yo ya no pensaba. Y de ahí no recuerdo nada. Desperté con mi amiga y conmigo echados uno sobre el otro vestidos en el sofá. Sé que no pasó nada, eso espero. Pero la cosa es que mi flaca entró y nos encontró así y no soportó ver esa escena. Ni siquiera pude explicarle. Solo se fue. Nunca me contestó el teléfono y jamás la vi de nuevo. Le mandé cartas y nada. 
 - ¿Y tu amiga?
 - Le pedí que se vaya, no soportaba verla, me sentía arrepentido por no haberle creído. Ella no quería nada con él, fui a su casa, ella se había mudado. Solo fui a recoger algunas cosas mías. Encontré un plátano. Le quité la cáscara y fui al tacho. Cuando abrí la puerta, había un montón de papeles. Eran todas las cartas del tipo, escribiéndole por qué ella no le hacía caso, que por qué me prefería a mi que a él. No pude con todo y me puse a llorar, la perdí para siempre.
 - Es triste, eso te enseña a confiar. La confianza es valor fundamental de una relación, es la base. Sin una base, las torres se caerían. ¿Este edificio se cae?
 - ¿Cómo?
 - Este edificio. ¿Está de pie o en el suelo?
 - De pie.
 - ¿Por qué?
 - Porque tiene base.
 - Y dónde quedó tu base con esa chica.
 - En la maldita marihuana.
 - Estás demente - Su risa esparcía dolor y burla, me agradaba ese negro.

Era una gran forma de pasar el rato, el refresco se acabó, pero las ganas de hablar no. Sentía la confianza que hace mucho tiempo perdí.

 - ¿Cómo llegaste aquí? - Le pregunté 
 -  A ver, cuando esa chica se fue... - Le interrumpí
 - ¿Qué tiene que ver esa chica?
 - ¿Me dejas continuar? - Me miro fijamente; parecía que quería abrirme los ojos.
 - OK, ¡qué carácter!
 - Esa chica se fue, y las ganas de avanzar del jefe se fueron detrás de ella. Mi querido amigo volvió a las drogas y ni yo ni su padre pudimos sacarlo; dejó los estudios y nunca volvió. Su padre era dueño de muchas empresas; su decepción con su hijo fue tan grande, que decidió no darle más dinero. No supe de él por varios meses, su padre lo echó de la casa por su adicción y su pocas ganas de avanzar. Él regresó a la casa muchos meses después para pedirle perdón a su padre. Pero su padre estaba demasiado decepcionado. Le volvió a echar, yo lo busqué entes de que se vaya y le pregunté qué había sido de su vida. Él solo me respondió: Putas y drogas negro, putas y drogas. Me dio mucha pena escuchar eso, así que hablé con su padre. El chico estaba perdido, necesitaba algo. Su padre era una gran persona, decidió que debía ayudarlo en algo. Fue con él en su auto. Encontró a un amigo de él. Era el dueño de este restaurante; ese tipo tenía varías empresas, pero este restaurante era su negocio menos lucrativo. Se lo compró a un precio muy bajo y se lo regaló a su hijo. Y él comenzó el negocio, y así como vez este lugar, así empezó; todos quebrados y rogando por la muerte.
 - ¿Y cómo llegaste aquí?
 - Su padre era muy buena persona, pero solo me contrató para sentirse superior a los negros; era muy racista, quizá su único defecto. Y un día solo se cansó de ver mi cuerpo negro que me dijo el placer que le hacía ver a los negros servir a los blancos. No podía escuchar eso y comencé a discutir con él, me enojé bastante, quería romperle las piernas, pero él solo tomó eso como una sublevación y me botó.
 - ¡Qué imbécil!
 - Demasiado, me llegó su racismo. Bueno, lo encontré al muchacho, y me invitó a trabajar aquí, creo que porque recuerda todo lo que hice por él en ese años, fueron grandes catorce años de mi vida.
 - Eso es mucho tiempo.
 - Y que lo digas. Pero igual tenía el corazón racista de su padre y me tiene de conserje, cree que es lo único que me merezco. -  Medité un rato.
 - ¿Cómo puedes soportar tanto odio de la gente?
 - Mira hijo, tú eres blanco, ama lo que eres, yo soy negro, viví rodeado de blancos toda la vida, criticando mi color, y creyendo que somos más débiles que ellos, pero déjame decirte algo, te haces débil al criticar, pues tu cuerpo pierde algo; al criticar a alguien, diste palabras, palabras que no puedes recuperar ni enmendar, pues el daño está hecho. Esas palabras pudiste haberlas usado en algo más productivo, pero decidiste hablar mal de alguien. Y esa persona se lleva consigo ese dolor. Pero tú llevas y pierdes esas palabras que quizá usarlas de la manera adecuada, hubieran salvado tu vida y tu integridad. 

Yo solo respondí con un abrazo, fue una amigable experiencia, nunca olvidaré sus suaves y alegres palabras. Sus anécdotas son increíbles y merecen ser escuchadas. Mi amigo el negro es grande, simpático, reflexivo, calmado, inteligente, laborioso; pero como todos saben, es negro.

  

viernes, 19 de octubre de 2012

Relatos de un caballero: Primera parte

Ingresé violentamente a la habitación. El cerrojo de la puerta sufrió el corolario de mi angustia y desesperación. Todo era coartada para frustrarme y arrojar con ferocidad cualquier objeto y ser vivo a la superficie inferior de el lugar. La única forma de resumir todas mis emociones, era conformarlos en una sola expresión: Maldita. Era tan execrable lo que cometió en contra mía, de mis actos, de mis ilusiones, mis sacrificios. La silla del escritorio se sentía más calurosa, mis manos apretaban los extremos del asiento con fuerza. Ganas de hacer algo al respecto no faltaban en mis poco disimulados pensamientos. Me apetecía buscarla y decirle todo lo que mi furia y desesperación tenían para expresarle. Ya no pensaba en su curiosa mirada, su delicada voz y su cautivadora silueta. Meditaba en mi incredibilidad, no asemejaba la situación, era algo utópico para mí en ese lapso cronológico. Que venga Zeus, gobernador del monte Olimpo, y que su  recio rayo sea la justificación de la síntesis de mi existir.

Tal vez, fenecer no deba ser el veredicto de este periquete. Pero qué hacer cuando mi subconsciente dibuja las más hermosas y nostálgicas imágenes del amor que yo sentí durante mucho tiempo hacía ella. Esa mujer que era el propósito de mis delirios y suspiros, de mi creatividad, de mis cartas poemas. Poeta no soy, pero me disfrace de uno para ella muchas veces, la respuesta de mi habilidad en la lírica del verso es obviamente una catástrofe, pero era agradable para mí elaborarlos para crear, progresivamente, sonrisas en su rostro. Tenía una perfecta sonrisa, ando con la percepción de las féminas envidian su belleza; consciente soy de que hay mujeres que ocasionan más delirios en mis otros colegas varones, pero los míos solo eran representados por su risa, su cabello, su andar, su mirada, sus besos. Era una ocasión atípica haber culminado lo que una nuestras emociones y pensamientos.

La sinceridades es, definitivamente, algo que apodera mis vocablos y oraciones, aveces en exageración. Nunca cierro ni encubro lo que medito como correcto. Equivocarme puedo, pero mientras considere algo como cabal, será lo algo que con mi boca aceptaré y defenderé. Ahora eso me obliga a confesar que mi subconsciente dibuja su cuerpo desnudo. Acariciándose. Acariciándome. Fantaseo con sus senos, su cintura, sus nalgas. Recorren por mis recuerdos escenas donde poseo su cuerpo. Pasan como fotogramas, poses donde logro penetrar en su cuerpo. Ella lo gozaba siempre, lo sé. Sentía poder al saber que era el culpable de sus orgasmos. Verla encima mío, saltando y exclamando de placer, ver sus senos saltar, su cintura moverse de atrás hacia delante; me producía el éxtasis. Su sudor, sus gritos, sus movimientos, su cuerpo, me excitaba. Estas alucinaciones se dieron notar con una erección. La necesidad de tenerla encima mío, donde estaba sentado, se hizo inminente. La amaba, por eso deseaba su empalmar su cuerpo con el mío. Esa incito sexual de mi cuerpo me encaminó a la masturbación. Estaba agitado y lleno de rencor, solo pensaba en el coito y todos sus componentes. La soledad y el resentimiento fueron culpables de mi onanismo, y terminó conmigo sentado, enojado, mojado y avergonzado.

La energía usada me encaminó a el descanso. La luz estaba apagada, la ventana cerrada, el silencio imperioso y y la poderosa frigidez me obligaron a recurrir a la droga que más frecuentaba para abandonar los pensamientos y ausentar el ejercicio de mi capacidad receptora: Yacer. Dormir era la manera de pasar de la realidad a la nada. No era el alcohol mi necesidad próxima para delegar mis acciones, era entregarme a Morfeo y permanecer ahí hasta que el esclarecer me atine, y como la nada te cubre, todo acude más ágil.

Es peculiar que en las alucinaciones en mi permanencia en el vacío, vengan imágenes y movimientos eróticos de esa mujer en búsqueda de la satisfacción sexual compartida. Sentía su necesidad del éxtasis y solo en mi hallaba sus orgasmos. No era anormal que ella aparezca con trajes ceñidos donde sus senos y su cintura seducen mi visión y causan mi erección. Y siento la necesidad de aprovechar sus ganas de erotismo y procedo a tomar su cuerpo y volverlo mío; moviéndome con ella, saltando con ella, tocándola, jugando con la pasión, la ternura y la sexualidad. El aroma de su cabello esparcido por todo el cuarto de hotel, era sinónimo de mi felicidad y placer; ella era todo el significado de mi placer. Era frecuente como conclusión el cálido abrazo de nuestros cuerpos desnudos y reflejando el amor con los besos que más que placer, alegría y satisfacción provocaban.

Esta era la excepción. No era una ilusión erótica lo que gobernada en mi subconsciente. Apareció, después de una pantalla negra cubierta de agujeros blancos que se acercaban velozmente, una persona de edad avanzada, aproximadamente cincuenta o sesenta años. Aparentemente pertenecía a la fuerza militar; el saco verde oscuro, la camisa blanca, la corbata negra, las insignias que acreditaban su confianza laboral; no podía equivocarme, pertenecía a ese círculo armado. Caminaba, solo hacía eso, con los brazos atrás, atados como pose de descanso. Él seguía caminando, miraba a los alrededores; parecía un campo de entrenamiento. Llegó al espacio donde los cadetes entrenaban. Jóvenes recios y musculosos, con la cabeza trasquilada, moviéndose y ejercitándose; valores intrínsecos de las Fuerzas Armadas. Él los veía entrenar, no hablaba, solo los veía. Llegó a una pequeña cabaña, donde ningún alma había por el perímetro. Estaba eclipsado, era un ambiente muerto, se escuchaba ligeros chillidos. Se procedió a alumbrar el lugar, y se vio todo el panorama; estaba yo, sentado, amarrado, con un brazo sobre una mesa llena de agujeros y torceduras, como si algún leñador furioso la hubiera apuñalado por ser víctima de una infidelidad.

El militar se acercaba sosegadamente, con los brazos en la espalda, digno de un respetado miembro de las Fuerzas Armadas. Caminaba hacia la atacada mesa, donde me entraba aproximado, sentía su mirada, no llegué a presenciar su rostro, pero notaba su fijación hacia mí. Sacó un brazo de su espalda y lo introdujo en su bolsillo, la tuvo ahí un regular lapso de tiempo, yo solo lo veía, con la boca tapada, mi brazo derecho atado a la mesa. El miembro del cuerpo militar, dio un paso al frente, levantó su brazo lentamente y con un mediano cuchillo, procedió a incrustarlo en mi brazo, mis ojos se abrieron por el sentimiento de dolor, mi única reacción fue anhelar el grito, pero era ineficaz, ningún vocablo salía de mi boca; acercaba cada vez más el cuchillo hacia mi mano, veía la sangre derramarse de la mesa hacia el piso. Era un dolor inminente y repulsivo. Trataba con todas mis fuerzas mover mi brazo y alejarme del movimiento del cuchillo, pero fue inservible, la pequeña arma terminó por cortar a la mitad mi brazo con mi mano, con toda mi sangre derramada en el suelo.



miércoles, 17 de octubre de 2012

¿Yo, hincha? Sí


Yo soy, probablemente,  la mejor demostración del “hincha iracundo”. Alguien que puede sufrir, celebrar, participar, lamentar, llorar, reír, saltar, perder y ganar en el lapso de una jugada. Para alguien conseguir este semblante, tiene que poseer algunas características importantes.

Primero, debe ser vocinglero; es decir, debe estallar los oídos de las personas a tu alrededor manifestando tu alegría, enojo, hambre, etcétera. Si en algún momento escuchas tu nombre seguido de alguna petición de silencio o tranquilidad; bien, ahí comienza el raudo andar. 

Segundo, debe conocer, del encuentro, la situación pasada, actual y futura; me explico, saber cómo se formuló el partido anterior, los errores, los aciertos y algunas técnicas que se deben plantear en el ámbito actual y a futuro. Obligado a averiguar qué resultados ajenos nos trae mayores favores, a criticar, destructivamente o constructivamente, la labor de todo participante del encuentro y desempeñar la labor de director técnico y árbitro omnipresente. Las tres situaciones mencionadas en líneas anteriores, pasan por un proyecto de evaluación crítico y analítico sobre los defectos y claridades encontrados en cada uno. Del pasado se debe estudiar el error y el tino; debe ser profundizado qué favoreció y que perjudicó la fecha pasada a nuestra situación actual y futura; pero lo más importante de esta situación es, que después de analizado y criticado cada una de las fechas pasadas, se debe olvidar su existencia, no importa si fue favorable o demolió nuestra moral, esas partidas ya pasaron (ya fue) y se debe seguir analizando lo siguiente, dejando atrás lo que ya pasó. De lo actual se debe ver meramente la necesidad del equipo y su hinchada; el resultado propio es más importante que los demás, pero nunca se deben obviar los ajenos, ya que alguno de ellos puede amortiguar mejor una derrota o alegrar mejor una victoria. Y del futuro es un poco más simple, analizar las posibilidades y hallar, por cálculo matemática o habilidad deportiva, si la meta al logro esperado sigue en vigencia o se debe olvidar aquel fin luchado.

Tercero, quizá la más importante, ninguna de ellas debe faltar, pero si esta es omitida, definitivamente, estás lejos del perfil iracundo del hincha. Debes estar poseído por la esperanza de victoria, lo más probable es que consigas ser el hincha que más necesidad de criticar tenga; pero nunca pierde la esperanza de que ganar no es difícil y que hasta el final llora y grita por su equipo. Me escapo de lo docto para redactar con sentimiento y decir que esa fe, ese sentimiento de superioridad sobre los demás, se vuelve más especial en cada jugada. Cada una de ellas que se perdió, que no se aprovechó, que se sufrió; solo sirve para crecer la esperanza de que la acertada está pronto y que tanto, su fe como su garganta lo estará esperando. Hasta la última jugada, la última estrategia, el último segundo; sirve de esperanza para una celebración.

Por supuesto que me identifico con cada uno. Esto es inspirado por el avance mundialista de la Selección Peruana de Fútbol, rumbo al Mundial Brasil 2014. Sin duda el comienzo de este sueño fue totalmente estimulante, gracias a una medalla de bronce en la Copa América del año 2011 y el debut victorioso ante la Selección Paraguaya por dos tantos contra cero. Esa misma selección nos venció en el último partido de clasificatorias en Asunción (cuidad que desconozco) y nos hace pensar, tal vez, en que esa ilusión mundialista ya está fuera de nuestro alcance. Pero esta decepción me hizo darme cuenta de las falencias que hemos desarrollado desde ya, mucho tiempo (acá comienza el proyecto de evaluación crítico y analítico sobre los defectos y claridades encontrados en el encuentro). Es fácil darse cuenta que no tenemos equipo para poder afrontar con claridad una Copa Mundial; con estas falencias, la participación mundialista sería un recorrido humillante en nuestra historia futbolística.

Creo que todo peruano espera esa ansiada clasificación y esa participación mundialista para afrontar a los adversarios que también sufrieron y pelearon como nosotros. Pero esto cada vez se va haciendo más difícil gracias a que seguimos con los mismos errores técnicos de siempre. La falta de garra, de pasión, de juego controlado, a ras del piso, de cabeza fría, de táctica, se hace presente en cada partido y nos hace notar que aún no estamos listos para lograr esa suplicada clasificación ¿Si lo sufrí? Claro, como todo hincha que tuvo fe de, aunque sea, lograr un punto en asunción ya con el marcador en contra. Soy ese hincha iracundo que pude perder y ganar en un mismo partido. Que lo sufre todo y que le alegra todo. Que grita, llora y suplica a la vez. Ese soy yo. ¿Yo, hincha? Hasta que mi garganta deje de esperar el grito de anotación futbolística ¡Gol! Se escuchará en todos lados, y esta garganta estará lista y sana para participar de esa exclamación que eleva la esperanza que la clasificación, el buen juego y las alegrías cada vez, están más cerca.