Era todo un caballero, simpático, reservado, alegre, buen hombre; pero era negro. Trabajaba como ninguno, merecía premios y altos laureles; pero era negro. Siempre venía bien vestido, con agallas bien puestas, se estiraba y comenzaba a laborar; solo le importaba hacer bien su trabajo; pero era negro. El jefe veía su esfuerzo, sabía que merecía grandes cosas, sabía que siempre contaría con él, sabía que no debía estar donde estaba; pero sabía que era negro. Todos sabían que no era nada perjudicial tenerlo a su costado, ni compartir diálogos amables con él, su cabello blanco ondulado y su mirada de buen criador, transmitían ternura; pero bueno, era negro.
Se sentó en esa esquina, la esquina que frecuentaba cuando terminaba de barrer el local; procedí a comprar dos botellas de agua en la tienda de la esquina. Lo busqué, lo saludé y me senté a su izquierda. Le di una botella y comenzó el compartir:
- Son varios años los que llevo acá - decía con respiración lenta - Siempre los mismos clientes, el mismo jefe; me encanta las nuevas caras como tú.
- No creí que trabajar en ese restaurante sería tan molesto. El jefe es un desgraciado y corrupto.
- ¿Corrupto? - lo digo con una sonrisa amplia y cálida - Yo lo conocí cuando él era solo un estudiante universitario.
- ¿En serio?
- Era un gran deportista, un gran alumno, siempre llegaba con las más altas calificaciones. Pero un día eso se acabó.
- ¿Qué pasó?
- Drogas; le encanta la cocaína. Su habitación estaba llena de bolsas blancas, y el olor se hacía sentir. Un día entré a su cuarto, y lo encontré inhalando esa porquería; me miró angustiado y avergonzado. Yo solo lo tomé de la espalda, le quité el polvo y le dije que se lave; nadie se enteraría.
- ¿Usted es su pariente?
- No - volvió a dibujar su sonrisa - Yo solo era un pobre diablo que su padre se compadeció y puso a trabajar en su casa. Era muy bonita; tenía piscina, jardín, sus dos hijos eran estudiantes. Grandes muchachos.
- ¿Tiene un hermano?
- Sí, un gran ingeniero; tiene una gran empresa y vive en una gran mansión. - Tomó un sorbo del refresco - Su esposa es bellísima y sus hijos, las criaturas más angelicales del mundo; gracias a Dios no salieron al padre.
- ¿ A su hermano?
- Sí, lo quería como un hijo, pero siempre me trataba mal, me discriminaba y repudiaba todo lo que hacía. No le gustaba mi comida, siempre exigía comida fina y echa por un experto; yo no lo era.
El tiempo pasaba, el restaurante quedó vacío, como era de costumbre a las tres de la mañana, teníamos que quedarnos para acomodar las cosas, pero la historia de este señor era muy entretenida, merecía ser escuchada.
- El jefe tenía su chica, era una mujer totalmente bella, era servicial y cariñosa. Ella me trataba muy bien, ya a sus padres también.
- ¿Dónde está ella?
- Se fue, nunca regresó, si a mí me hubieron engañado como a ella también me hubiera ido.
- ¿Engañar? - Tomé un sorbo.
- Sí, yo llegué de la lavandería. Ella estaba ahí sentada, supuesta mente era su mejor amiga de la universidad. Yo los dejé. Pero ella subió a su cuarto, ya te imaginarás lo que sucedió.
- ¿Imaginar al jefe en la cama? Paso. - Se rió a carcajadas.
- De que no es una bonita imagen, no lo es. Pero, por supuesto, yo no lo sabía, su chica llegó a la casa a visitarlo. Vino con el vestido más hermoso que había visto. Solo pude compararlo con el vestido que usó mi esposa en nuestro matrimonio. Ella entró corriendo, me saludó, y siguió corriendo; después solo escuchó un grito. Nunca más volví a ver a esa chica.
- Debió ser duro. Pero no puedo juzgarlo, somos débiles con el sexo.
- Pero ese es el problema muchacho, cuando tienes a la mujer más hermosa en tus manos, el sexo no te debe separar de ella, porque te arrepientes. La mujer es tu alegría, y si ya la conseguirte, tu misión es hacerla feliz hasta que se canse de reír.
- Ojalá hubiera sabido antes, mi flaca era hermosa, dulce; era la mejor.
- Pero... - Me dio permiso de continuar.
- Encontré una carta de un chico para ella, donde le decía lo mucho que la quería, le pedí explicaciones y ella me dijo que no le hacía caso y solo me amaba a mí. No le creí, y me fui molesto de su cuarto. Salí y me encontré una amiga, ella era una chica que frecuentaba pero nunca pasó nada. Me contó que se casó, pero le fue mal y se divorció. Era muy joven, se casó por loca. La invité a mi casa a conversar, le conté lo de la carta, y ella me abrazó y sacó un sobre de su cartera. Era, por supuesto, droga.
- Era evidente - Rio.
- Comenzamos a fumar, mi casa olía a ese polvo enfermizo. Yo ya no pensaba. Y de ahí no recuerdo nada. Desperté con mi amiga y conmigo echados uno sobre el otro vestidos en el sofá. Sé que no pasó nada, eso espero. Pero la cosa es que mi flaca entró y nos encontró así y no soportó ver esa escena. Ni siquiera pude explicarle. Solo se fue. Nunca me contestó el teléfono y jamás la vi de nuevo. Le mandé cartas y nada.
- ¿Y tu amiga?
- Le pedí que se vaya, no soportaba verla, me sentía arrepentido por no haberle creído. Ella no quería nada con él, fui a su casa, ella se había mudado. Solo fui a recoger algunas cosas mías. Encontré un plátano. Le quité la cáscara y fui al tacho. Cuando abrí la puerta, había un montón de papeles. Eran todas las cartas del tipo, escribiéndole por qué ella no le hacía caso, que por qué me prefería a mi que a él. No pude con todo y me puse a llorar, la perdí para siempre.
- Es triste, eso te enseña a confiar. La confianza es valor fundamental de una relación, es la base. Sin una base, las torres se caerían. ¿Este edificio se cae?
- ¿Cómo?
- Este edificio. ¿Está de pie o en el suelo?
- De pie.
- ¿Por qué?
- Porque tiene base.
- Y dónde quedó tu base con esa chica.
- En la maldita marihuana.
- Estás demente - Su risa esparcía dolor y burla, me agradaba ese negro.
Era una gran forma de pasar el rato, el refresco se acabó, pero las ganas de hablar no. Sentía la confianza que hace mucho tiempo perdí.
- ¿Cómo llegaste aquí? - Le pregunté
- A ver, cuando esa chica se fue... - Le interrumpí
- ¿Qué tiene que ver esa chica?
- ¿Me dejas continuar? - Me miro fijamente; parecía que quería abrirme los ojos.
- OK, ¡qué carácter!
- Esa chica se fue, y las ganas de avanzar del jefe se fueron detrás de ella. Mi querido amigo volvió a las drogas y ni yo ni su padre pudimos sacarlo; dejó los estudios y nunca volvió. Su padre era dueño de muchas empresas; su decepción con su hijo fue tan grande, que decidió no darle más dinero. No supe de él por varios meses, su padre lo echó de la casa por su adicción y su pocas ganas de avanzar. Él regresó a la casa muchos meses después para pedirle perdón a su padre. Pero su padre estaba demasiado decepcionado. Le volvió a echar, yo lo busqué entes de que se vaya y le pregunté qué había sido de su vida. Él solo me respondió: Putas y drogas negro, putas y drogas. Me dio mucha pena escuchar eso, así que hablé con su padre. El chico estaba perdido, necesitaba algo. Su padre era una gran persona, decidió que debía ayudarlo en algo. Fue con él en su auto. Encontró a un amigo de él. Era el dueño de este restaurante; ese tipo tenía varías empresas, pero este restaurante era su negocio menos lucrativo. Se lo compró a un precio muy bajo y se lo regaló a su hijo. Y él comenzó el negocio, y así como vez este lugar, así empezó; todos quebrados y rogando por la muerte.
- ¿Y cómo llegaste aquí?
- Su padre era muy buena persona, pero solo me contrató para sentirse superior a los negros; era muy racista, quizá su único defecto. Y un día solo se cansó de ver mi cuerpo negro que me dijo el placer que le hacía ver a los negros servir a los blancos. No podía escuchar eso y comencé a discutir con él, me enojé bastante, quería romperle las piernas, pero él solo tomó eso como una sublevación y me botó.
- ¡Qué imbécil!
- Demasiado, me llegó su racismo. Bueno, lo encontré al muchacho, y me invitó a trabajar aquí, creo que porque recuerda todo lo que hice por él en ese años, fueron grandes catorce años de mi vida.
- Eso es mucho tiempo.
- Y que lo digas. Pero igual tenía el corazón racista de su padre y me tiene de conserje, cree que es lo único que me merezco. - Medité un rato.
- ¿Cómo puedes soportar tanto odio de la gente?
- Mira hijo, tú eres blanco, ama lo que eres, yo soy negro, viví rodeado de blancos toda la vida, criticando mi color, y creyendo que somos más débiles que ellos, pero déjame decirte algo, te haces débil al criticar, pues tu cuerpo pierde algo; al criticar a alguien, diste palabras, palabras que no puedes recuperar ni enmendar, pues el daño está hecho. Esas palabras pudiste haberlas usado en algo más productivo, pero decidiste hablar mal de alguien. Y esa persona se lleva consigo ese dolor. Pero tú llevas y pierdes esas palabras que quizá usarlas de la manera adecuada, hubieran salvado tu vida y tu integridad.
Yo solo respondí con un abrazo, fue una amigable experiencia, nunca olvidaré sus suaves y alegres palabras. Sus anécdotas son increíbles y merecen ser escuchadas. Mi amigo el negro es grande, simpático, reflexivo, calmado, inteligente, laborioso; pero como todos saben, es negro.