El
periódico y el café acompañaban mi amanecer. Era cómodo poder sentarse a leer y
buscar fuentes para demostrar que la humanidad está mejorando. No era un gran
lector, pero disfrutaba esos cortos momentos de paz interna y acompañamiento de
algún texto. Esto era excusa para escapar de lo que alrededor pasaba. Mi taza
estaba fogosa, el humo que liberaba exponía su ferviente flujo. Los desayunos
con esa mujer eran totalmente cómodos; unos seis panes, mantequilla, queso,
jamón, huevos; y sobre todo, su sonrisa: El desayuno perfecto. Pero, ahora, su sonrisa
solo me causa dolor, cada vez que pasa esa imagen por mi cabeza solo pienso en
una burla directa hacia mí, me acompañaba el resentimiento, el dolor y la
nostalgia de cosas que, capaz, nunca vuelvan a pasar. Era intrínseco de mí
pensar y reflexionar tanto. Ahora, ya no eran seis panes, solo eran cuatro.
La misma mantequilla, el mismo queso, el mismo jamón, el mismo huevo; pero su
sonrisa, no lo puedo negar, hacía falta. Mi resentimiento no podía ocultar el dolor
que causó su partida. Ella ya no está, pero yo sigo aquí; ella feliz, supongo,
y yo aquí como un imbécil. ¡Qué maldita!
Por la cuarta página del periódico, había una noticia que me llamó la atención, sobre todo el encabezado: Encuentran cadete de las Fuerzas Armadas muerto en uno de los cuarteles. Más abajo explicaban que sospechaban de uno de los generales. En la foto principal de la noticia colocaron la foto del cuartel donde se encontró el cuerpo del muchacho. Había varios detalles que me llamaron la atención: fotos de varios cadetes, supongo, todos con la mirada seria, el pelo rapado, mirada fija y cuello en alto; algunos muebles de los cuales uno de ellos carecía de una de sus patas.
Estaba en el suelo lleno de sangre; pero, lo
que más llamó mi atención fue lo que a su costado se encontraba; un pequeño y
afilado cuchillo, estaba limpio; lo más probable es que se haya borrado toda la
evidencia y por alguna razón de la casualidad se le habrá caído. Nada fuera de
lo común, pero eso me hizo recordar mi curiosa experiencia. Tal vez, ese sueño
oculte algo que tenga que descifrar ¡Como las películas! Un misterio sin
resolver y un protagonista voluptuoso y aedo que vaya a cambiar la humanidad
descubriendo el misterio de ese acertijo. Ir en busca de mi ideal, encontrar a
la mujer más hermosa y valiente del mundo, me acompañará en la aventura, en algún
episodio de nuestra compañía aprovecharé para poder robarle un beso y quizá,
después de terminada la misión, formar una familia con ella y poder gozar de su
compañía y su cuerpo. Sí, como las películas.
Mi
aburrido y monótono existir me obligaban y exigían desear que alguno de esos
acontecimientos se vuelvan realidad. ¿Por qué no? Sería interesante; pero,
volviendo a la triste realidad, habrá que volver a pensar en por qué soñaría
con un militar que traspasa un afilado cuchillo por mi brazo. Tal vez, alguien busca
matarme y burlarse de mi cuerpo sangriento, pero no hay nada que pueda relacionar con un enemigo o las Fuerzas Armadas, no
tengo algún conocido cercano que integre esa escuela, salvo algunos
compañeros del colegio que optaron por el estilo de vida soldadesco. No es normal
que mi subconsciente dibuje esas escenas en mi cabeza; es común que el erotismo
acompañe mi soñar; no es excitante ver a un militar que atraviese un
cuchillo por tu brazo. Bueno, por lo menos, para mí no, quizá algún voyerista
sienta placer con esas imágenes, pero, en mi caso, yo encuentro ese placer en
las mujeres, y ese militar no era mujer; estoy seguro. No podía visualizar la
razón de ese raro acontecimiento, así que, simplemente lo tomé como un sueño
más, lavé los platos, busqué una playera blanca, un buzo de deporte y un
suéter gris que acobijaba perfecto mi cuerpo en estos tiempos de invierno, y
salí a dar mu clásico paseo; donde tomaba aire y podía razonar sobre mis
experiencias.
Mis
paseos me llevaban a un parque grande, inmensas áreas verdes, variados juegos
para los infantes, coloridas atracciones, estatuas de personas famosas,
etcétera. Era perfecto, tranquilo y, por lo general, van algunos vecinos con
sus mascotas, en su mayoría perros de diferentes razas y algunos gatos.
También, transitan por sus veredas familias pequeñas, los padres con sus hijos;
y algunas parejas que quieren, quizá, salir de la habitación y aprovechar para conversar.
Yo no solía venir con ella, si ella me acompañaba era después de haber pasado
una noche con ella y salir a conversar, pero es normal que venga solo a este parque.
Mi impulso por tomar un cigarrillo y fumarlo invadía desde mis talones hasta mi
cerquillo, pero era domingo. Yo, solo los domingos, escapo de toda clase de
vicio; no tomo alcohol, no fumo ningún tipo de tabaco o droga, no participo de
ningún coito, etcétera; solo los domingos. No por doctrina religiosa, sé que
Dios está ahí y me ayuda, pero la pereza de congregar vence mis ánimos de
escuchar su palabra. Mi madre es una católica ferviente que me enseñó a tomar
el domingo como “El día de Dios”, yo simplemente lo llamo “El día sobrio”; el
día donde no comparto ningún tipo de libertinaje y permanezco sobrio leyendo o
haciendo otras cosas.
Sus
bancas eran muy cómodas, eran la misma madera que cualquier parque, pero no sé,
este tenía algo diferente a todos, tal vez sea solo mi imaginación, pero lo
sentía diferente. En esa banca tenía una vista perfecta, había dos árboles
enormes que estaban como a diez metros de distancia que, juntos, parecían una
gran fortaleza. Ganas no me faltaban de trepar alguno y llegar a la cresta. Yo
estaba sosegado, era demasiado pacífico ese lugar, la fragancia de la
naturaleza era única, me hacía olvidar del alcohol y las drogas, y sobre todo,
de las malas experiencias. Alrededor de los árboles, niños de aproximadamente
diez o doce años, corrían con una pelota de fútbol en los pies, usaban esos diez
metros de separación como portería. Al parecer, tenían buen estilo de juego,
pero había uno que destacaba, uno que podía moverse más que los demás. Se lucía
cuando tocaba la pelota y anotaba los goles más elaborados, jugadas de
laboratorio como dirían los periodistas deportivos. Yo hace años que dejé ese
deporte, hace años que no hago deporte, solo recuerdo esos años gloriosos
cuando logramos el Campeonato Universitario de Fútbol, qué gran equipo
teníamos; pero esos años nunca volverán, quedaron en el pasado, así como mis
ganas de volver a practicarlo. Fue en mi último año de carrera, fue la primera
y única vez que lo conseguimos. Fue un arduo trabajo.
Yo
seguía sentado, y una señorita, aparentemente, de algunos veintiocho años
caminaba delante de mí. Vestía un pantalón ajustado que dejaba lucir sus largas
y fornidas piernas, una blusa que relucía su esbelta figura, parecía una mujer
reservada, cerraba todos los botones de su blusa para no resaltar su pecho, ya
pocas mujeres hacen eso. Tenía unos lentes de sol que la hacían lucir algo excéntrica;
usaba una bufanda de color carmesí, era lo único que la cubría del frío. Se
sentó al costado de la banca donde me encontraba. Prendió un cigarro y comenzó
a fumar, tuve que aguantar las ganas de comprarme unos viéndola. Ella cruzaba
las piernas mientras fumaba, parecía tener plata, parecía estar ubicada arriba
de la clase media. Yo solo la veía, no pensaba en conocerla; como cualquier
hombre, admiraba su cuerpo, pero, bueno, era domingo, la lujuria escapaba de
mis fantasías en este momento. Solo saqué el periódico que tenía guardado y traté
de volver a pasar lectura donde me había quedado. De pronto, la mujer se paró y
comenzó a caminar delante de mí y de mi periódico, su caminada era lenta y
hasta seductora, no parecía cualquier mujer, tenía clase y estilo. Tal vez me aburrí
de las noticias o mi interés por seguir viéndola me venció, no lo sé, pero
proseguí a guardar el periódico y camine atrás de ella y, en el afán de
alcanzarla, un ciclista, a mucha velocidad, en el lapso que pude ponerme a su
costado chocó violentamente con mi cuerpo dejándome inmóvil en el suelo viendo
cómo la bicicleta daba vueltas en el piso y el joven ciclista se revolcaba de
dolor; mientras que la señorita miraba aquel accidente.
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