Dsiculpar las incoherencias

No es nada extraordinario, ni docto, ni elaborado. Solo soy yo expresando mis ideas desde el planteamiento socrático de encontrar la plena conciencia de la ignorancia, para poder buscar la sabiduría. Por eso, me considero analfabeta; admito mi ineptitud en el campo de la prosa para poder entablar la búsqueda de mi erudición.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Relatos de un caballaro: Segunda parte


El periódico y el café acompañaban mi amanecer. Era cómodo poder sentarse a leer y buscar fuentes para demostrar que la humanidad está mejorando. No era un gran lector, pero disfrutaba esos cortos momentos de paz interna y acompañamiento de algún texto. Esto era excusa para escapar de lo que alrededor pasaba. Mi taza estaba fogosa, el humo que liberaba exponía su ferviente flujo. Los desayunos con esa mujer eran totalmente cómodos; unos seis panes, mantequilla, queso, jamón, huevos; y sobre todo, su sonrisa: El desayuno perfecto. Pero, ahora, su sonrisa solo me causa dolor, cada vez que pasa esa imagen por mi cabeza solo pienso en una burla directa hacia mí, me acompañaba el resentimiento, el dolor y la nostalgia de cosas que, capaz, nunca vuelvan a pasar. Era intrínseco de mí pensar y reflexionar tanto. Ahora, ya no eran seis panes, solo eran cuatro. La misma mantequilla, el mismo queso, el mismo jamón, el mismo huevo; pero su sonrisa, no lo puedo negar, hacía falta. Mi resentimiento no podía ocultar el dolor que causó su partida. Ella ya no está, pero yo sigo aquí; ella feliz, supongo, y yo aquí como un imbécil. ¡Qué maldita! 

Por la cuarta página del periódico, había una noticia que me llamó la atención, sobre todo el encabezado: Encuentran cadete de las Fuerzas Armadas muerto en uno de los cuarteles. Más abajo explicaban que sospechaban de uno de los generales. En la foto principal de la noticia colocaron la foto del cuartel donde se encontró el cuerpo del muchacho. Había varios detalles que me llamaron la atención: fotos de varios cadetes, supongo, todos con la mirada seria, el pelo rapado, mirada fija y cuello en alto; algunos muebles de los cuales uno de ellos carecía de una de sus patas. 

Estaba en el suelo lleno de sangre; pero, lo que más llamó mi atención fue lo que a su costado se encontraba; un pequeño y afilado cuchillo, estaba limpio; lo más probable es que se haya borrado toda la evidencia y por alguna razón de la casualidad se le habrá caído. Nada fuera de lo común, pero eso me hizo recordar mi curiosa experiencia. Tal vez, ese sueño oculte algo que tenga que descifrar ¡Como las películas! Un misterio sin resolver y un protagonista voluptuoso y aedo que vaya a cambiar la humanidad descubriendo el misterio de ese acertijo. Ir en busca de mi ideal, encontrar a la mujer más hermosa y valiente del mundo, me acompañará en la aventura, en algún episodio de nuestra compañía aprovecharé para poder robarle un beso y quizá, después de terminada la misión, formar una familia con ella y poder gozar de su compañía y su cuerpo. Sí, como las películas.

Mi aburrido y monótono existir me obligaban y exigían desear que alguno de esos acontecimientos se vuelvan realidad. ¿Por qué no? Sería interesante; pero, volviendo a la triste realidad, habrá que volver a pensar en por qué soñaría con un militar que traspasa un afilado cuchillo por mi brazo. Tal vez, alguien busca matarme y burlarse de mi cuerpo sangriento, pero no hay nada que pueda relacionar con un enemigo o las Fuerzas Armadas, no tengo algún conocido cercano que integre esa escuela, salvo algunos compañeros del colegio que optaron por el estilo de vida soldadesco. No es normal que mi subconsciente dibuje esas escenas en mi cabeza; es común que el erotismo acompañe mi soñar; no es excitante ver a un militar que atraviese un cuchillo por tu brazo. Bueno, por lo menos, para mí no, quizá algún voyerista sienta placer con esas imágenes, pero, en mi caso, yo encuentro ese placer en las mujeres, y ese militar no era mujer; estoy seguro. No podía visualizar la razón de ese raro acontecimiento, así que, simplemente lo tomé como un sueño más, lavé los platos, busqué una playera blanca, un buzo de deporte y un suéter gris que acobijaba perfecto mi cuerpo en estos tiempos de invierno, y salí a dar mu clásico paseo; donde tomaba aire y podía razonar sobre mis experiencias.

Mis paseos me llevaban a un parque grande, inmensas áreas verdes, variados juegos para los infantes, coloridas atracciones, estatuas de personas famosas, etcétera. Era perfecto, tranquilo y, por lo general, van algunos vecinos con sus mascotas, en su mayoría perros de diferentes razas y algunos gatos. También, transitan por sus veredas familias pequeñas, los padres con sus hijos; y algunas parejas que quieren, quizá, salir de la habitación y aprovechar para conversar. Yo no solía venir con ella, si ella me acompañaba era después de haber pasado una noche con ella y salir a conversar, pero es normal que venga solo a este parque. Mi impulso por tomar un cigarrillo y fumarlo invadía desde mis talones hasta mi cerquillo, pero era domingo. Yo, solo los domingos, escapo de toda clase de vicio; no tomo alcohol, no fumo ningún tipo de tabaco o droga, no participo de ningún coito, etcétera; solo los domingos. No por doctrina religiosa, sé que Dios está ahí y me ayuda, pero la pereza de congregar vence mis ánimos de escuchar su palabra. Mi madre es una católica ferviente que me enseñó a tomar el domingo como “El día de Dios”, yo simplemente lo llamo “El día sobrio”; el día donde no comparto ningún tipo de libertinaje y permanezco sobrio leyendo o haciendo otras cosas.

Sus bancas eran muy cómodas, eran la misma madera que cualquier parque, pero no sé, este tenía algo diferente a todos, tal vez sea solo mi imaginación, pero lo sentía diferente. En esa banca tenía una vista perfecta, había dos árboles enormes que estaban como a diez metros de distancia que, juntos, parecían una gran fortaleza. Ganas no me faltaban de trepar alguno y llegar a la cresta. Yo estaba sosegado, era demasiado pacífico ese lugar, la fragancia de la naturaleza era única, me hacía olvidar del alcohol y las drogas, y sobre todo, de las malas experiencias. Alrededor de los árboles, niños de aproximadamente diez o doce años, corrían con una pelota de fútbol en los pies, usaban esos diez metros de separación como portería. Al parecer, tenían buen estilo de juego, pero había uno que destacaba, uno que podía moverse más que los demás. Se lucía cuando tocaba la pelota y anotaba los goles más elaborados, jugadas de laboratorio como dirían los periodistas deportivos. Yo hace años que dejé ese deporte, hace años que no hago deporte, solo recuerdo esos años gloriosos cuando logramos el Campeonato Universitario de Fútbol, qué gran equipo teníamos; pero esos años nunca volverán, quedaron en el pasado, así como mis ganas de volver a practicarlo. Fue en mi último año de carrera, fue la primera y única vez que lo conseguimos. Fue un arduo trabajo.

Yo seguía sentado, y una señorita, aparentemente, de algunos veintiocho años caminaba delante de mí. Vestía un pantalón ajustado que dejaba lucir sus largas y fornidas piernas, una blusa que relucía su esbelta figura, parecía una mujer reservada, cerraba todos los botones de su blusa para no resaltar su pecho, ya pocas mujeres hacen eso. Tenía unos lentes de sol que la hacían lucir algo excéntrica; usaba una bufanda de color carmesí, era lo único que la cubría del frío. Se sentó al costado de la banca donde me encontraba. Prendió un cigarro y comenzó a fumar, tuve que aguantar las ganas de comprarme unos viéndola. Ella cruzaba las piernas mientras fumaba, parecía tener plata, parecía estar ubicada arriba de la clase media. Yo solo la veía, no pensaba en conocerla; como cualquier hombre, admiraba su cuerpo, pero, bueno, era domingo, la lujuria escapaba de mis fantasías en este momento. Solo saqué el periódico que tenía guardado y traté de volver a pasar lectura donde me había quedado. De pronto, la mujer se paró y comenzó a caminar delante de mí y de mi periódico, su caminada era lenta y hasta seductora, no parecía cualquier mujer, tenía clase y estilo. Tal vez me aburrí de las noticias o mi interés por seguir viéndola me venció, no lo sé, pero proseguí a guardar el periódico y camine atrás de ella y, en el afán de alcanzarla, un ciclista, a mucha velocidad, en el lapso que pude ponerme a su costado chocó violentamente con mi cuerpo dejándome inmóvil en el suelo viendo cómo la bicicleta daba vueltas en el piso y el joven ciclista se revolcaba de dolor; mientras que la señorita miraba aquel accidente.